[Reseña] Fallout: La guerra nunca cambia
El monopolio es uno de los juegos más peligrosos que hay.
Desde hace un par de años que las adaptaciones de videojuegos a la pantalla grande y pequeña, como Arcane, The Last of Us y la película animada de Super Mario Bros., han podido dejar atrás el velo de mala calidad que lucieron por años gracias a producciones como Resident Evil, Need for Speed o Prince of Persia, por nombrar algunas, y probablemente se deba a que, al fin, quienes están a cargo de guiones, dirección y producción son personas que dedicaron horas de su vida a los videojuegos.
Y ese amor se siente en Fallout, la reciente serie basada en el videojuego de Bethesda que Amazon MGM Studios estrenó en su plataforma Prime Video. Sí, está basada en los juegos, pero no sigue la trama de las diferentes entregas al pie de la letra ya que cuenta su propia historia.
El mundo está en constante tensión bélica y, finalmente, estalla una guerra nuclear que obliga a refugiarse bajo tierra. Esto fue hace 200 años.
La humanidad pudo sobrevivir gracias a los refugios de Vault-Tec, pequeñas sociedades donde, al parecer, el tiempo se detuvo y congeló en un indeterminado punto de la Guerra Fría (sí, la misma que llevó al mundo a este caos). En comparación con la superficie, el día a día en las sociedades de los refugios es idílico y están diseñados para que sus habitantes jamás sientan interés por saber qué sucede allá arriba, donde claramente solo hay una ley: sobrevivir.
Fallout está ubicada en el Yermo, un Estados Unidos postapocalíptico y retrofuturista con una marcada estética de la época más álgida del sueño americano de las décadas de los '50 y '60, que luce estupendamente gracias a su banda sonora y constantes referencias al cine western.
Después de un incidente en su hogar, el refugio 33, Lucy MacLean (Ella Purnell), una persona optimista, pacífica e idealista de firmes y fuertes convicciones morales que cree en hacer lo correcto gracias a la regla de oro ("No hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti"), debe tomar la difícil decisión de dejar su lugar seguro y salir a la superficie a rescatar a su padre Hank (Kyle MacLachlan).
Pero la aventura de Lucy no es la única historia que se desarrolla a lo largo de los ocho episodios de la primera temporada.
También está Maximus (Aaron Moten), un joven miembro de la Hermandad del Acero, otra sociedad sobreviviente aparte de los refugiados de Vault-Tec, que solo quiere el reconocimiento de sus pares y cree en imponer el orden a través de la fuerza.
Y justo en medio de ellos dos se encuentra Ghoul (Walton Goggins), un cazarrecompensas que solo cree en una ley, la propia, y sigue solo un mandato: el suyo.
Gracias a varios raccontos tenemos la posibilidad de ir reconstruyendo los eventos que sucedieron antes del lanzamiento de las primeras bombas y, así, descubrir el objetivo transversal de esta historia, que no es más que una bélica (pero probable) representación de la moral de Kant: ¿soy capaz de tomar X decisión por motivos egoístas o estoy actuando por el bien común?
Esta pregunta, que se presenta varias veces durante la serie, da pie a un final que, si bien funciona en caso de que llegue hasta acá, pide a gritos una segunda temporada.
La serie es una gran pieza de ironía sobre los peligros del capitalismo, el monopolio, la guerra y los gobiernos brillantemente construida por los showrunners Jonathan Nolan y Lisa Joy, quienes ya habían demostrado su habilidad para crear mundos postapocalípticos en la cancelada Westworld.
Geneva Robertson-Dworet y Graham Wagner son productores ejecutivos, guionistas y co-showrunners.
Los ocho episodios de Fallout ya están disponibles en Prime Video.